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Registrado: Feb 08, 2006 Mensajes: 308 Ubicación: Celda 321
Publicado: Jue May 18, 2006 1:16 am Asunto: "El monte de las ánimas" de Becquer
Aqui os dejo una de las leyendas de Becquer que a mi me aterrorizo de pequeña aunque mas que a la historia se debio a que nos la contaron en un montecito de Soria en plena noche de difuntos.....
Sea de ello lo que quiera, allá va, como el caballo de copas.
I
—Atad los perros, haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es dÃa de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Animas.
—¡Tan pronto!
—A ser otro dÃa, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras, pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
—¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedÃa un vivo resplandor, iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
Solas dos personas parecÃan ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso. Beatriz seguÃa con los ojos, y absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
Ambos guardaban hacÃa rato un profundo silencio.
Las dueñas referÃan, a propósito de la noche de Difuntos, cuentos temerosos, en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.
Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volvióse a oÃr la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos, y el zumbido del aire que hacÃa crujir los vidrios de las ojivas, y el triste y monótono doblar de las campanas.
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a reanudarse de este modo:
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que, cuando hubo concluido, exclamó en un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujÃa la leña, arrojando chispas de mil colores.
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó oÃdo a aquel rumor que se debilitaba, que se perdÃa, que se desvaneció por último.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón, y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
III
HabÃa asado una hora, dos, tres; la medianoche estaba a punto de sonar, cuando Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvÃa, no volvÃa, y, a querer, en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de las campanas, lentas, sordas, tristÃsimas, y entreabrió los ojos. CreÃa haber oÃdo, a par de ellas, pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemÃa en los vidrios de la ventana.
Pero su corazón latÃa cada vez con más violencia, las puertas de alerce del oratorio habÃan crujido sobre sus goznes con chirrido agudo, prolongado y estridente.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinas y escuchó un momento. OÃa mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar; nada, silencio.
VeÃa, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movÃan en todas las direcciones, y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada; oscuridad de las sombras impenetrables.
—¡Bah! —exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho. ¿Soy yo tan miedosa como esas pobres gentes cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura al oÃr una conseja de aparecidos?
Y cerrando los ojos, intentó dormir...: pero en vano habÃa hecho un esfuerzo sobre sà misma. Pronto volvió a incorporarse, más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habÃan rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oÃa crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y rebujándose en la ropa que la cubrÃa, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caÃa y caÃa con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas de aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, y otras distantes, doblaban tristemente por las ánimas de los difuntos.
Registrado: Feb 08, 2006 Mensajes: 308 Ubicación: Celda 321
Publicado: Jue May 18, 2006 9:38 am Asunto:
Nos llevaron de excursión a cazar "gamusinos" y mis profesores eran muy cachondos para estas cosas, se disfruzaban de monstruos, hacian quue desaparecian en plena noche y cosas parecidas, la verdad es que nos dieron un viajecito...
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